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  • Written by Robert Lee Maril, Professor of sociology, East Carolina University

Desde el comienzo de la campaña presidencial de Donald Trump, la frontera entre Estados Unidos y México ha sido el foco de su ira y sus campañas políticas.

Esa frontera es el lugar donde más de 18.500[1] de los 119.437 agentes que componen la Patrulla Fronteriza[2] trabajan para evitar que las personas accedan ilegalmente a EEUU.

A pesar de encontrados sentimientos y los titulares de los medios alrededor de lo que ocurre en esa frontera, pocos entienden el trabajo real de un agente de la Patrulla Fronteriza.

Read more: A night enforcing immigration laws on the US-Mexico border[3]

Yo mismo soy sociólogo y he estudiado y escrito sobre las fronteras entre México y EEUU desde 1977. Pasé dos años vinculado a los agentes de la Patrulla Fronteriza[4] mientras estos aplicaban las leyes de inmigración[5].

Esta es la historia de qué hacen los agentes de la Patrulla Fronteriza, contada a través de las experiencias de dos agentes que trabajan en el turno nocturno en el sur de Texas y de mi investigación hasta la fecha.

El trabajo de rutina

El intenso calor en el Valle del Río Grande bajo, en Texas, puede llegar ser sofocante. Es abril, y los agentes de la Patrulla Fronteriza deben olvidarse de la temperatura de 39 grados y los vientos de 40 millas por hora.

Su trabajo es sencillo: proteger la frontera.

Sus supervisores les dicen que atrapen terroristas, narcotraficantes y gente indocumentada – gente “sin papeles”, como se suele decir en español. Rara vez encuentran drogas, excepto por accidente.

Dos agentes, Speedy Allison y Lefty McDonald (no son sus nombres reales), comenzaron su jornada laboral a las 20 horas con una reunión que llamaron “muster” (o de recopilar información); en ella su supervisor les asignó las tareas y compartió el informe de inteligencia para su turno.

En cada turno sus tareas cambian. Usualmente cubren unos 1.5 kms, más o menos, de la frontera, dependiente de qué tan “caliente”, o activo, se encuentra el “tráfico” de personas y de drogas. Esta noche los agentes trabajan como “rovers”, patrullando la frontera basado en la inteligencia que recibieron.

Los dos hombres revisan un camión 4x4 estacionado en el lote de la estación segura y lo llevan a una pequeña zona del “Valle”, como la llaman los tejanos. Es una región llena de cebollas, nopales, caña brava, densos cultivos de cítricos, algodón y asentamientos coloniales que datan de 1757[6].

Una noche de patrulla en la frontera entre EEUU y México Un inmigrante que saltó a un canal luego de cruzar ilegalmente la frontera México-EE.UU. se entrega a un agente de la Patrulla Fronteriza en el Valle del Río Grande. Reuters/Loren Elliott

Sin decir palabra sobre el lugar donde nació y creció, Speedy es alto y delgado, enfundado en su uniforme verde. Lefty es tan alto como él y nació en Puerto Rico. Es muy abierto acerca de las cosas que lo apasionan, como un pésimo café con donuts.

Ambos, juramentados hace más de seis años como funcionarios federales estadounidenses encargados de aplicar la ley, cuentan el uno con el otro en todo momento. Es posible que nunca vean a un agresivo inmigrante, tampoco un arma ni tatuajes de prisión durante largas semanas o meses. Pero nunca saben a quién podrían encontrar, especialmente de noche, a varios kilómetros de distancia.

Conducen bajo el Puente Internacional McAllen-Hidalgo-Reynosa y se detienen. Bajo un sol que se desvanece, Speedy y Lefty observan detenidamente el puente que une a McAllen, Texas, con el parque industrial de Reynosa, México. Están ocupados en diseñar un plan para distribuir las tareas de su turno[7].

Después de inspeccionar el área, ambos están entusiasmados; han encontrado un agujero “nuevo” en la cerca que protege el puente.

“Esto es una mina de oro”, dice Speedy. “Está perfecto. Nos sentamos aquí y los atrapamos”, mientras se escurren a través del agujero.

Hay un lugar ideal para que los hombres se escondan detrás de los pilares del puente, pero el reto es escalar cinco pies de concreto.

Quince minutos más tarde, Speedy y yo nos ubicamos en un escondite – y Lefty hace otro intento por escalar el concreto.

Finalmente, Lefty —escondido detrás de un pilar, observa el agujero en busca de señales de personas atraviesen el agujero— habla sobre una llamativa “baby” que trabaja en el Whataburger (una cadena de comidas rápidas de Texas) y susurra: “Estoy casado, pero aún tengo ojos”.

Migrantes — y algo más

Hay más de 21.000[8] agentes de la Patrulla Fronteriza, que es parte de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EEUU, la más grande[9] agencia federal encargada de ejecutar las leyes que salvaguardan la frontera.

A medida que el Valle se convirtió en una zona de conflicto en los últimos cinco años para aquellos “sin papeles” y los narcotraficantes, muchos más agentes – las cifras exactas son clasificadas – fueron transferidos al área.

Al igual que Lefty, alrededor de la mitad son hispanos[10] y el 5 por ciento son mujeres[11].

Debido a su propia historia familiar, muchos agentes hispanos de Valley simpatizan con la difícil situación de los inmigrantes ilegales. Muchos otros, independientemente de los antecedentes familiares, piensan que nunca se debía permitir que los inmigrantes cruzaran la frontera sin papeles.

Y los datos muestran que sus antecedentes no marcan una diferencia en su manera de actuar. La satisfacción laboral, los valores y el rendimiento[12] varían del mismo modo entre los agentes hispanos que entre los agentes anglos.

Lo que los agentes hispanos[13] sí comparten con los otros agentes de la Patrulla Fronteriza es la baja estima sobre sus trabajos unida al impulso personal para completar sus 20 años de servicio, porque con ello logran salarios relativamente altos y beneficios de jubilación federales.

La persecución que lleva a callejones sin salida

Speedy y Lefty se hubieran quedado en el puente, pero el despachador dio tres señales desde un sensor de tierra a medio kilómetro al oeste de su posición, indicando algún tipo de tráfico.

Se dirigen al punto de referencia – y encuentran una vaca que murió de hambre.

Por experiencia, saben que el dueño de la vaca es tan pobre que la alimenta solo con sandías robadas. Partes de estas tierras fronterizas son las regiones más pobres[14] del país.

“Alguien debería llamar a la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales”, dice Lefty.

“Sí, así es”, dice Speedy.

Al principio, Speedy y Lefty se ubican cerca de la vaca. Luego, en medio de la densa oscuridad, divisan contornos humanos en un campo de cebolla.

El mismo golpe de calor que castiga a Speedy y Lefty también sacude a estos inmigrantes, que acaban de cruzar el Río Grande desde “el otro lado”. Las autoridades a menudo encuentran sus huesos disperos[15] por el vasto desierto que se halla al norte de la frontera, donde la deshidratación representa una alta amenaza.

Unos minutos más tarde, Lefty grita a través de su radio a Speedy, quien ahora corre para ubicarse detrás de los canales de riego y el nopal de 7 pies para empujar a los inmigrantes hacia Speedy. “No sé cómo lo hicieron, pero están en el camino”.

Una mujer de unos 30 años se deja caer llorando sobre la tierra. Lleva una falda enlodada, una camiseta holgada y tenis sin calcetines. Junto a ella, más tranquilas, están sus hijas de 16 y 11 años. A pesar del calor, la más joven lleva un sombrero. Speedy inmoviliza a dos hombres, y descubre más tarde que uno de ellos es el “coyote”, o traficante de personas.

Los agentes conducen a las cinco personas a la estación en su vehículo. Lefty supervisa el procesamiento, incluida la recopilación de la mayor cantidad de información posible de los inmigrantes. Es entonces cuando Lefty ve un tumor que asoma por debajo del sombrero de la niña de 11 años.

Speedy y Lefty se encuentran atrapados, como a menudo les sucede, entre la política oficial y el sentido común. Lefty toma una decisión en una fracción de segundo.

Lefty se asegura de que las tres mujeres no sean perturbadas por otros detenidos y agentes. Los pocos agentes que cometen actos criminales de violencia[16] lo hacen en el momento del arresto – la mayoría de los incidentes son piedras arrojadas – en el camino a la estación o en otros lugares aislados donde no haya testigos, sino solo la víctima.

Los agentes aviesos pueden hacer que todos los demás ganen mala fama cuando las víctimas, contra toda posibilidad legal, denuncien la violencia ante las autoridades. Los malos agentes reciben la publicidad, mientras que los actos diarios de valentía entre la mayoría de los agentes aparecen rara vez en los medios.

Es hora de encaminarse a casa

Después del procesamiento, Lefty y Speedy no vuelven a ver a la señora ni a sus dos hijas.

Una noche de patrulla en la frontera entre EEUU y México Un vehículo de la Patrulla Fronteriza de EEUU estacionado sobre un paso peatonal que conecta a México con Texas. AP Photo/Alicia A. Caldwell

Ignorando el calor sofocante, Speedy y Lefty cuidan su pequeña parte de la frontera. Los dos agentes hacen esto la forma que muchos estadounidenses rechazan.

Sin embargo, este trabajo diario refleja mucho más amplios problemas políticos, incluidos los sentimientos que muchos estadounidenses albergan sobre el muro de Trump y el actual sistema de inmigración.

Estos agentes tienen pocas razones para cambiar hasta que su supervisor les pida que lo hagan. Su única opción real: abandonar un trabajo seguro y bien pagado con un plan de jubilación federal en un tiempo como el actual en el que los salarios disminuyen.

Son poco más de las 6 a.m. El turno nocturno de Speedy y Lefty ha concluido. Ambos se alejan de la estación y se encaminan a sus hogares, junto a sus respectivas familias.

Authors: Robert Lee Maril, Professor of sociology, East Carolina University

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Metropolitan republishes selected articles from The Conversation USA with permission

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