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  • Written by Laura Frizzell, PhD Student in Sociology, The Ohio State University
La raza del asesino influye en la cobertura mediática de los tiroteos masivos en EEUU

El 24 de enero de 2014, la policía encontró a Josh Boren, un hombre de 34 años y ex agente de policía, muerto en su casa junto a los cadáveres de su esposa y sus tres hijos. Los disparos fueron realizados como si se tratara de una ejecución, con las víctimas de Boren arrodilladas. Después de eso se suicidó.

El 8 de agosto de 2015, David Ray Conley, de 48 años, disparó y asesinó a su hijo, su ex novia y otros seis niños y adultos que se encontraban en la casa de su ex novia. Al igual que Boren, Conley ejecutó a sus víctimas a quemarropa.

Ambos hombres tenían antecedentes de violencia doméstica y comportamiento criminal. Sin embargo, a pesar de las obvias similitudes en estos dos casos, los medios dieron un enfoque diferente a cada uno de ellos.

Read more: Race of mass shooters influences how the media cover their crimes, new study shows[1]

Al describir el caso de Boren, los medios se centraron en su buen carácter y excelente buen sentido de la paternidad. Hasta llegaron a llamarlo el magnífico “osito de peluche[2]” a pesar de su largo historial de violencia doméstica. También atribuyeron el crimen a que “se quebró” debido al gran estrés que le causó que su esposa presentara una demanda de divorcio.

En el caso de Conley, los medios hicieron más bien poco por incluir un mínimo aspecto positivo de su personalidad. En cambio, se centraron solo en sus antecedentes de violencia doméstica y en cargos previos por posesión de drogas[3]. Si leyéramos los artículos que se escribieron sobre Conley, es muy probable que concluyéramos que perpetró su crimen debido a su personalidad peligrosa y controladora.

¿Cómo explicarnos las diferencias en la forma en que los medios dieron cobertura a ambos casos? ¿Podría esto estar relacionado con la raza de quienes cometieron los crímenes?

Boren era blanco; Conley, negro.

En un estudio reciente[4], exploramos si la raza de quienes perpetran crímenes en masa influye en cómo los medios describen esas matanzas, sus motivaciones y sus vidas.

Descubrimos que las discrepancias en cuanto a la cobertura de los medios de los crímenes de Boren y Conley eran señales de un fenómeno más amplio.

La descripción del crimen, el retrato del criminal

Para el estudio, seleccionamos al azar 433 artículos impresos y en medios digitales que cubrían 219 tiroteos masivos de 2013 a 2015. Si bien las definiciones de un tiroteo masivo pueden variar, nos adherimos a la más comúnmente utilizada en una investigación empírica: un evento en el que cuatro o más personas reciben disparos, excluyendo a la persona que realiza los disparos.

A continuación, creamos un conjunto de datos único basado en la información provista en los artículos. Codificamos cada artículo para una variedad de situaciones asociadas con el crimen y el agresor, incluido el escenario del tiroteo, el número y género de las víctimas muertas y heridas y la edad del agresor.

Después de analizar los datos, descubrimos que la raza del agresor podría ser determinante para que los medios consideraran que presentaba trastornos mentales (menos del 1 por ciento de los delitos tenían una mujer agresora).

En total, alrededor del 33 por ciento de los artículos de nuestro estudio que describían los crímenes de un agresor blanco aludieron a trastornos mentales. Por otro lado, el 26 por ciento de los artículos que describen a un agresor latino y solo el dos por ciento de los artículos que describen a un agresor negro aludieron a estos trastornos.

De hecho —si mantenemos todos los aspectos del crimen a un mismo nivel—, en el caso de los agresores blancos hubo casi un 95 por ciento más de probabilidades de que sus crímenes se atribuyeran a trastornos mentales que en el caso de los agresores negros. En los agresores latinos hubo un 92 por ciento más de probabilidades de que los trastornos mentales se mencionaran como posible factor.

Una brecha de empatía

Además, los artículos que describían a un agresor blanco como enfermo mental a menudo sugerían que este había sido una buena persona, víctima de la sociedad. En otras palabras, su comportamiento durante los tiroteos era inusual.

Por ejemplo, en un caso, un agresor en un parque de casas rodantes rural colocó un rifle en algunos arbustos y comenzó a disparar contra el tráiler de la familia, con su esposa, su suegro y dos niños pequeños adentro. Cuando llegó la policía, apuntó hacia los oficiales, haciendo blanco en dos de ellos antes de que estos lograran matarlo a balazos.

Sin embargo, la cobertura noticiosa describió su actitud como tranquila por lo general y evidenció su disposición a ayudar a familiares y amigos. El hombre que cometió estos crímenes, señaló un artículo[5], “no era la misma persona que amaba cocinar al aire libre para compartir”.

No obstante, tales descripciones —aun dentro de artículos que mencionaban trastornos mentales— eran menos comunes cuando el agresor era negro o latino.

Casi el 80 por ciento de los artículos que los agresores blancos podían tener trastornos mentales describieron a estos como víctimas de la sociedad y las circunstancias: una infancia difícil, una relación fracasada o dificultades financieras.

Sin embargo, solo un artículo que describió a un agresor negro como mentalmente enfermo hizo esto. Además, ningún artículo de nuestra muestra ofreció testimonio del buen carácter de los agresores negros, ni indicó que el agresor procedía de un buen ambiente o que el disparo no era el adecuado. En general, aproximadamente el mismo patrón se desarrolló con los agresores que eran latinos.

La cobertura de los medios influye activamente en nuestra percepción de la realidad[6].

Todo parece indicar que los medios de comunicación tienden a considerar los actos violentos de criminales blancos como desafortunadas anomalías circunstanciales y las enfermedades. En cuanto a los agresores negros (y, en menor medida, los agresores latinos), los medios de comunicación interpretan sus crímenes como resultado de una criminalidad inherente.

Authors: Laura Frizzell, PhD Student in Sociology, The Ohio State University

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Metropolitan republishes selected articles from The Conversation USA with permission

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